“… La pintura de Rodet es de muy compleja filiación estética; por una parte Arteta y Aranoa, cauces inmediatos de la mejor tradición vasca, por otra parte Cezzane y los post-impresionistas. La indudable repercusión de tan variados influjos, rápidos viajes por Europa, y profundas impresiones causadas por primitivos y modernos Italianos, cristalizan en una concepción pictórica original, sólida y fuerte que se recrea en el juego del color líricamente sentido y expresado, en una meditada búsqueda del equilibrio plástico.

En la pintura de este artista encartado, hay una constante evolución sustanciada por inquietudes, búsquedas y logros que se disparan en nuevas metas de superación. La excelente acogida de su boceto-mural para la decoración del ábside de la Basílica de Aránzazu, le  lanza por los caminos del  muralismo y la decoración.

El arriesgado salto  del caballete al muro, peligrosa acrobacia en la cuerda floja de la pintura, se ejecuta con una máxima sencillez estructural; se abandonan las gamas frías, azules y grises  de la época anterior, surgiendo tierras y tonalidades calientes degradadas, que facilitan la unidad de entonación, difícil de lograr en el muro.

La línea, cómo en toda la obra de Rodet, sigue ejerciendo su principal papel de envoltura compositiva, desplegándose ágilmente en amplios acordes rítmicos de oblicuas y diagonales. La temática del mural se resuelve en elementos plásticos sobriamente resueltos en alegorías, a base de amortiguados y uniformes claroscuros, premeditadamente reducidos a notas decorativas, fundidas en la totalidad cromática del fresco…

Ha llegado a crear un estilo propio, nutrido de simbolismos, aparentemente tímido por austero, pero de extraordinario sentido evocador, tal como lo solicita la verdadera pintura mural…”